miércoles, 30 de abril de 2008

Tutorial: construccion de parrillita para el fondo -1

Previo a la construcción

Antes de comenzar a construir la parrilla es importante saber que si vas a hacerla sobre la medianera, deberás tener en cuenta que de los 30 cm que tiene la pared, solo te corresponden 15 cm.


El Arquitecto.

Batalla de los dioses: Crisópolis

Batalla de Crisópolis: Cristo vs. Jupiter


El Crismón o Lábaro, estandarte militar de Constantino tras su conversión.

El Crismón o Lábaro, estandarte militar de Constantino tras su conversión.

In Hoc Signo Vinces: con este signo vencerás


Seguramente Constantino sea más conocido por ser el primer emperador romano que permitió el libre culto a los cristianos. Los historiadores cristianos desde Lactancio se decantan por un Constantino que adopta el cristianismo como sustituto del paganismo oficial romano.
En 320, Licinio, emperador de la parte oriental del Imperio, renegó de la libertad de culto promulgada en el Edicto de Milán en 313 e inició una nueva persecución de los cristianos. Esto derivó en una disputa con Constantino en el oeste, que tuvo su clímax en la gran guerra civil de 324. Los ejércitos implicados fueron tan grandes que no se tiene constancia en Europa de una movilización similar al menos hasta el siglo XIV. Licinio, ayudado por mercenarios godos, representaba el pasado y la antigua fe del paganismo, marchando con los estandartes de Jupiter Tonante. Constantino y sus francos marcharon bajo el estandarte cristiano del Lábaro, y ambos bandos concibieron el enfrentamiento como una lucha entre religiones. Supuestamente rebasados en número, aunque enaltecidos por su celo religioso, el ejército de Constantino resultó finalmente victorioso, primero en la batalla de Adrianópolis en 324 y más tarde su hijo Crispo dio el golpe de gracia a Licinio en la batalla naval de Crisópolis. Ahora era el único emperador de un Imperio Romano reunificado. (MacMullen 1969)




Nuevo colaborador


Seguimos agradeciendo a nuestros colaboradores por sumarse al proyecto que nos convoca, consistente en reunir todo el conocimiento de nuestro tiempo y de los tiempos pasados.
En esta ocasion, le brindamos una gran bienvenida a "El Arquitecto", que en ediciones proximas nos explicará mediante un sencillo tutorial, como construir una parrillita para el fondo de casa.
Gracias!!

martes, 29 de abril de 2008

Nuevo colaborador


Una nueva bienvenida, esta vez para el Rvdo. Dr.
Padre Demian Karras, iniciando la serie "Paranor-
mal", a quien debemos la entrada referente al
"Suceso de Tunguska"

Evento de Tunguska

Evento de Tunguska



Árboles calcinados y derribados en el típico patrón circular de los  eventos de alta energía (fotografía de la 2ª expedición de Kulik, 1927)
Árboles calcinados y derribados en el típico patrón circular de los eventos de alta energía (fotografía de la 2ª expedición de Kulik, 1927)

El suceso de Tunguska fue una explosión aérea de muy alta potencia ocurrida sobre las proximidades del río Podkamennaya en Tunguska (Evenkia, Siberia, Rusia) en la posición 60°55′″N, 101°57′″E a las 7:17 del día 30 de junio de 1908.

El fenómeno de Tunguska alentó más de 30 hipótesis y teorías de lo ocurrido. La detonación, similar a la de un arma termonuclear de elevada potencia, ha sido atribuida a un objeto celeste. Debido a que no se ha recuperado ningún fragmento, se maneja la teoría de que fue un cometa que estaría formado de hielo. Al no alcanzar la superficie, no se produjo cráter o astroblema. Casi un siglo después se produciría no muy lejos el evento de Vitim, menos espectacular pero aún más extraño.

Tabla de contenidos

[ocultar]

Historia del suceso [editar]

Evento de Tunguska
Evento de Tunguska

El bólido —de unos 80 m de diámetro y probablemente rocoso— detonó en el aire. La explosión fue detectada por numerosas estaciones sismográficas y hasta por una estación barográfica en el Reino Unido debido a las fluctuaciones en la presión atmosférica que produjo. Incendió y derribó árboles en un área de 2.150 km², rompiendo ventanas y haciendo caer a la gente al suelo a 400 km de distancia. Durante varios días, las noches eran tan brillantes en partes de Rusia y Europa que se podía leer sin luz artificial. En los Estados Unidos, los observatorios del Monte Wilson y el Astrofísico del Smithsonian observaron una reducción en la transparencia atmosférica de varios meses de duración, en lo que se considera el primer indicio de este tipo asociado a explosiones de alta potencia. La energía liberada se ha establecido, mediante el estudio del área de aniquilación, en aproximadamente 10 o 15 megatones. Si hubiese explotado sobre zona habitada, se habría producido una masacre de enormes dimensiones. Según testimonios de la población Tungus —la etnia local nómada de origen mongol dedicado al pastoreo de renos— que lo vio caer, «brillaba como el Sol». Informes del distrito de Kansk (a 600 km del impacto), describieron sucesos tales como barqueros precipitados al agua y caballos derribados por la onda de choque, mientras las casas temblaban y en los estantes los objetos de loza se rompían. El conductor del ferrocarril Transiberiano detuvo su tren temiendo un descarrilamiento, al notar que vibraban tanto los vagones como los railes.[1]

Estudio del suceso [editar]

El estudio del suceso de Tunguska fue tardío y confuso. El gobierno zarista no lo consideró prioritario (algunas fuentes indican que tenían mucho interés en hacerlo pasar por una "advertencia divina" contra la agitación revolucionaria en curso), y no sería hasta 1921 —ya durante el gobierno de Lenin— cuando la Academia Soviética de Ciencias envió una expedición a la zona dirigida por el minerólogo Leonid Kulik. El clima permitió que la alteración de las huellas del impacto fuera muy poca. Hallaría un área de devastación de 50 km de diámetro, pero ningún indicio de cráter, lo que le resultó sorprendente. En los años siguientes hubo varias expediciones más; en 1938 Kulik realizó fotografías aéreas de la zona, lo que puso en evidencia una estructura del área de devastación en forma de "alas de mariposa". Esto indicaría que se produjeron dos explosiones sucesivas en línea recta. En los años 50 y 60 otras expediciones hallaron microlitos cristalinos muy ricos en níquel e iridio enterrados por toda la zona, lo que refuerza la teoría de que pudo tratarse de un objeto natural de origen extraterrestre. También se encontraron pequeñas partículas de magnetita.

Una expedición italiana que viajó a la zona en 1999 ha anunciado en 2007 que ha encontrado un cráter (el lago Cheko) asociado al suceso.[2] [3] [4] Se trataría de un cráter de unos 50 metros de profundidad y 450 de diámetro localizado a 5 km del epicentro de la explosión. Los científicos afirman que han estudiado anomalías gravitatorias y muestras del fondo del lago que revelan este origen. Además, no hay testimonios ni mapas que avalen la existencia de este lago con anterioridad a 1928. Creen que se trataría en un fragmento menor del cuerpo impactante (cometa o asteroide) y que chocó a velocidad reducida. No obstante los resultados de esta expedición no son definitivos, puesto que habría que obtener muestras más profundas. Algunos científicos han puesto en duda esta hipótesis ya que consideran extraño que se generara sólo un cráter menor, en vez de un gran cráter (como el Cráter del Meteorito, en Arizona) o un rosario de pequeños cráteres (como el meteorito de Sikhote-Alin, en Rusia, o Campo del Cielo en Argentina), además existen árboles en el lago que aparentan tener más de cien años.

Crónicas de los supervivientes [editar]

Los supervivientes de la zona afectada por la explosión lo describieron como un hongo gigante que se elevaba por los aires. Muchos de esos supervivientes murieron a los pocos días por causa de extrañas enfermedades. Durante años se pensó que la población había quedado afectada por radiación nuclear, habiendo sido descritas mutaciones en los hijos de los nativos y en los animales. Se suscita la posibilidad de que lo que afectaba a los nativos de la zona era una enfermedad que les cubría de pústulas y mataba a familias enteras, lo que llevó a los médicos de la expedición liderada por Genadi Plejánov llegar a la conclusión de que una epidemia de viruela había afectado a los nativos tras la explosión.

Teorías e hipótesis [editar]

Cometa [editar]

Es la teoría más aceptada actualmente por los científicos. Un cuerpo celeste (un cometa pequeño o quizá sólo un pequeño fragmento) compuesto de hielo y polvo que estalló y posteriormente quedó completamente vaporizado por el roce con la atmósfera terrestre, permitiendo que todo el hielo sublimara directamente a gas, que se dispersó por la atmósfera eliminando todo rastro de la explosión. Al comparar los sismogramas del fenómeno Tunguska, estos corresponden a una explosión con una potencia de 12 megatones a 8 km de altura al ser comparados con los de explosiones nucleares aéreas. Según una hipotésis formulada en la década de 1930 por el astrónomo I. Astapovich y el meteorólogo F.J. Whipple, se trató del impacto de un pequeño cometa cuyo núcleo, dada la masa estimada, habría debido tener un diámetro de varios centenares de metros. La cohesión del conglomerado que constituye el nucleo de un cometa es muy débil como para permitir su desintegración rápida en la atmósfera, ocasionando una gran explosión de gran magnitud al impactarse contra el suelo y vaporizándose. Las destrucciones se deberían, fundamentalmente, a la onda de choque atmosférica y, secundariamente, a la onda térmica. Contra esta teoría, algunos científicos no logran explicar la presencia de metales tales como el níquel que supuestamente no se encuentran en cometas comunes en el sitio del impacto y es improbable que un cometa haya pasado inadvertido ante los astrónomos en días y noches anteriores del suceso; pero de la trayectoria de caída indica que el cometa procedía de una dirección muy próxima a la del Sol, dificultando su observación (como cuando ocurren los tránsitos de planetas interiores) y menos si hubiera agotado sus sustancias volátiles que producen su cabellera o cola, reduciéndose a un agregado inerte tal como un minúsculo asteroide. El día de la explosión la Tierra estuvo cerca del paso del cometa 7P/Pons-Winnecke por lo que no se descarta la posibilidad de que un fragmento del cuerpo celeste haya sido el responsable del fenómeno.[5]

Bomba de hidrógeno natural [editar]

En 1989, los astrónomos D'Alessio y Harms sugirieron que parte del deuterio de un cometa que penetró en la Tierra podría haberse fusionado nuclearmente, dejando una "firma" distinguible en forma de Carbono-14 en la atmósfera. Concluyeron que la cantidad de energía nuclear liberada habría sido casi despreciable.

Independientemente, en 1990, César Sirvent propuso que un cometa de deuterio, es decir, un cometa con una concentración de deuterio anormalmente alta en su composición, podría haber explotado como una bomba de hidrógeno natural, generando la mayor parte de la energía liberada en la explosión. La secuencia habría sido, primero una explosión mecánica o cinética, e instantes después una explosión termonuclear generada por la primera explosión.

Antimateria [editar]

La antimateria se desintegra al chocar con la materia. Así pues, tendríamos un rayo de energía durante todo el recorrido hasta el punto donde toda la antimateria se hubiera desintegrado. La única posibilidad de que se diera una formación similar sería que la antimateria hubiera caído en vertical, hacia el centro de la tierra y se desintegrara por completo antes de tocar tierra. No conocemos ningún proceso por el cual se pueda formar antimateria en medio del espacio. El espacio de nuestro sistema estelar no está por completo vacío (tiene una mínima densidad de hidrógeno), así que tendría que haber una gran cantidad de antimateria para aguantar su viaje hasta la Tierra. Es difícil que existieran objetos así ya que su choque con el hidrógeno espacial, aún en su pequeña proporción, emitiría cantidades de energía significativamente perceptibles.

Tenencia y portacion de arma de fuego

Por los especialistas del Renar.-

Las figuras de tenencia y portación ilegitimas de armas de fuego

Con carácter previo al análisis de la legislación penal vigente vinculada a las figuras de la ilegal tenencia y la ilegal portación de armas de fuego, es menester precisar algunos conceptos, de modo de poder analizar y debatir la cuestión de fondo sobre esa premisa.

Cuando se habla de armas de fuego, inmediatamente surgen dos conceptos básicos: el de tenencia y portación del material. Muchas veces, estos dos términos son erróneamente asimilados, como sinónimos. Otras, se confunden las autorizaciones que, para cada uno de esos actos, se otorga.

El concepto de tenencia se define en sí mismo. Pretender definir el hecho de tener un arma parecería buscar una verdad de Perogrullo. Sin embargo, es importante tratar de conformar un concepto válido, de modo de desprender del mismo conclusiones lógicas.

La tenencia de un arma de fuego (luego analizaremos la posición del legislador según el tipo de arma) ha sido definida como la acción de disponer de la cosa físicamente sea por mantenerla corporalmente en poder del autor, cualquiera sea el origen o la razón o finalidad [1] ; consumándose el hecho con la sola acción de tener el objeto sin autorización [2] ; aún cuando no se emplee [3] ; en síntesis, la tenencia implica que el arma se encuentre dentro del ámbito de custodia del causante, pudiendo ejercer sobre la misma un poder de hecho tal que le permita por sola voluntad y sin necesidad de intervención de terceros disponer físicamente de ella [4] .

Ahora bien, para tener legalmente un arma de fuego es menester contar con la debida autorización. Así, llegamos al concepto de autorización de tenencia de un arma, que es aquella autorización que otorga el Estado de modo que un legítimo usuario posea un arma en legal forma. (credencial de autorización de tenencia de un arma de fuego).

Conforme el art. 57 del Anexo I al Decreto 395/75, Reglamentario de la Ley Nacional de Armas y Explosivos Nº 20.429, dicha autorización de tenencia, habilita al legítimo usuario a mantener el arma en su poder, usarla con fines lícitos, transportarla, adiestrarse y practicar en polígonos autorizados, adquirir y mantener munición para la misma, repararla o hacerla reparar, adquirir piezas sueltas, repuestos, adquirir elementos para la recarga autorizada de la munición, recargar municiones, entrar y salir del país transportando el material autorizado. Obviamente, todo ello, de conformidad y con las limitaciones que se desprenden de los términos de las normas y disposiciones vigentes.

Por otra parte, debemos recordar que la autorización de tenencia de un arma no implica su titularidad de dominio. Es cierto que en la mayoría de los casos, la figura del tenedor de un arma de fuego coincide con la de su propietario o titular de dominio, pero existen casos en que no es así; basta con que pensemos en los casos de una sucesión en la que los herederos son menores de edad (por ende, no pueden ser legítimos usuarios ni, por tanto, tenedores de armas), o en el régimen de ganancialidad de los bienes de la sociedad conyugal. En este, y en otros casos, la figura del titular de dominio se escinde de la de su tenedor autorizado.

Sintetizando lo hasta aquí expuesto, podemos concluir que la tenencia de un arma consiste en la acción de disponer del arma dentro del ámbito de custodia del causante, pudiendo disponer físicamente de ella sin recurrir a terceros, por su simple voluntad.

Dijimos que la autorización de tenencia de un arma de fuego importa, para el legítimo usuario, la de su transporte. El inc. 21 del art. 3º del Anexo I al Decreto 395/75, define concretamente el transporte de armas, como la acción de trasladar una o más armas de fuego descargadas. Por otra parte, el mismo texto legal impone en su art. 125 condiciones para el transporte de las armas de fuego, estipulando que el mismo deberá efectuarse siempre por separado de sus municiones y dentro de la mayor reserva, disimulando en lo posible la naturaleza de los materiales transportados...”

Es decir, el transporte de un arma debe efectuarse separada la misma de sus municiones, en sus cajas o envoltorios, disimulando su contenido, esto es, no adosada al cuerpo (en pistoleras o sobaqueras) y, obviamente, con la documentación respaldatoria correspondiente (CLU, credencial de tenencia y documento de identidad).

Del juego armónico de las prescripciones legales en materia de tenencia y transporte, se extrae el concepto de portación, tantas veces confundido con la tenencia de un arma o con su transporte.

Y es que el concepto de portación de un arma de fuego es más estricto y restringido. La construcción jurisprudencial y administrativa ha llevado a definirlo como el hecho de disponer, en un lugar público o de acceso público, un arma de fuego cargada, en condiciones de uso inmediato. Es decir, la portación conlleva dos elementos característicos: en primer término, en cuanto hace a las condiciones de inmediatez de uso, lo que implica que el arma debe estar cargada y dispuesta para ser utilizada; en segundo lugar, el ámbito espacial (lugar público o de acceso público).

Tal delimitación espacial no tiene consecuencias meramente doctrinarias, sino eminentemente prácticas. Por ejemplo, el hall de entrada de un edificio de propiedad horizontal no puede ser considerado un lugar público. Otro tanto podría decirse de una confitería o cualquier otro local comercial.

El otro elemento utilizado para definir la portación apunta, no al elemento espacial, sino a las características de inmediatez de uso. Ninguna duda puede existir en aquellos casos en que, encontrándose el arma cargada, se verifica el hecho en el ámbito espacial indicado: el individuo porta y no transporta el arma. Podríamos, entonces, preguntarnos, por qué se hace alusión a las condiciones inmediatas de uso, como algo distinto a un arma cargada. Supongamos el caso de una pistola descargada, pero con el cargador completo ubicado junto al arma: se encontraría en condiciones de uso inmediato, pese a no encontrarse cargada.

Demás está decir que no puede enumerarse toda la casuística observada en el ámbito jurisprudencial o administrativo en materia de portación; pero sí podemos coincidir en que el concepto antes apuntado es el que define correcta y unívocamente la portación como conducta.

A tal conclusión ha arribado la Comisión II de Legislación Penal de las VI Jornadas de Derecho y Ley de Armas de Setiembre de 1999 y también de las VII Jornadas, recientemente celebradas.

Así, entonces, resulta ser portador legítimo aquel legítimo usuario, debidamente autorizado por el RENAR para tener en un lugar público o de acceso público un arma de fuego cargada o en condiciones inmediatas de uso, cuando existieren razones que lo justificaren.

Una vez clarificados estos conceptos preliminares, corresponde adentrarse en el análisis de las conductas tipificadas por la legislación penal, considerando las modificaciones introducidas por la Ley 25.086, esto es, la ilegal tenencia de armas de fuego y su ilegal portación.

El art. 189 bis originario penalizaba la tenencia ilegítima de armas de guerra, excluyendo de la tipificación a las armas de uso civil. Con la sanción de la Ley 25.086, la figura subsiste en su cuarto párrafo, sin modificación alguna.

Pero los datos de la realidad nos hablan de una modificación de las conductas delictivas. En otros tiempos, era común que los periódicos describieran el material de los criminales como “armas de grueso calibre”, aludiendo, con esa expresión a armas de uso civil condicional, siendo que, en la actualidad, se observa también la utilización de armas de uso civil (calibres .22 ó .32). De allí entonces que el legislador haya considerado esos aspectos al tiempo de introducir las reformas en cuestión. A lo largo del debate parlamentario (versión taquigráfica del orden del día 1781) se hizo hincapié en este concepto, habiéndose comentado el tema con frases como “Hoy ya no se cometen tantos delitos con armas de guerra... sino que se los efectúa con pistolas calibre .22, que matan igual... que un arma calibre .45 o de 9 milímetros”.

Tales consideraciones fueron profusamente analizadas por los legisladores, además de haber sido especialmente tratadas en el trabajo de Comisión y el informe que la misma elevara a las Cámaras respectivas. De allí, entonces, que se resolviera la incorporación del art. 42 bis a la Ley 20.429. El texto aprobado sanciona con multa de mil a diez mil pesos, o arresto de hasta noventa días, la simple tenencia de armas de fuego de uso civil sin la debida autorización o fuera de las excepciones reglamentarias.

Tal, la redacción de la norma de acuerdo al veto parcial introducido por Decreto 496/99. Y es que el texto original preveía idéntica sanción para la tenencia de armas de uso civil y uso civil condicional, contraviniendo de esta forma el cuarto párrafo del art. 189 bis que sanciona con pena de prisión de 3 a 6 años la tenencia de armas de guerra. El veto parcial corrigió la redacción legislativa, impidiendo la evidente contradicción de la propia norma aprobada, a la vez de evitar una situación no buscada por el legislador (disminución de la pena prevista para el delito de tenencia ilegítima de armas de guerra).

Quizás el texto sancionado surgió de la confusión terminológica derivada de no comprender la relación armas de guerra – armas de uso civil condicional, como de género a especie [5] .

Lo concreto es que la norma, en función del veto parcial introducido, tipifica como infracción la simple tenencia de armas de fuego de uso civil. En el Sexto considerando del Decreto 496/99, se tomó en cuenta que conforme la redacción original, “la tenencia sin autorización de armas de fuego de uso civil condicional, subtipo de armas de guerra, estaría prevista como contravención en la Ley Nacional de Armas y Explosivos, por su incorporación en el art. 42 bis y como delito en el actual art. 189 bis del Código Penal”. De allí, entonces, que fuera necesario observar la redacción original de la ley sancionada, mediante el Decreto antes citado.

Por su parte, el párrafo tercero del art. 189 bis (introducido por Ley 25.086) penaliza con prisión de 6 meses a 3 años la simple portación de arma de fuego de uso civil sin la debida autorización. Es dable señalar que el texto originario sancionado por los legisladores, aludía a la portación de armas de fuego de uso civil o de uso civil condicionado. La inclusión de este tipo de armas (uso civil condicional) fue observada por el Decreto antes aludido, ya que de aceptarse la redacción original se estaría sancionando a la portación de las armas de uso civil condicional (guerra) con una pena inferior a la prevista en la misma norma para su simple tenencia sin autorización.

Si bien es cierto que la Ley 25.086 ha significado un avance, dotando al ordenamiento jurídico de las herramientas necesarias para afrontar conductas disvaliosas para la sociedad, ha generado no pocas contradicciones que en el futuro habrán de ser subsanadas. Así, por ejemplo, se penaliza con pena de prisión de seis meses a tres años la portación de arma de uso civil sin la debida autorización, mientras que análoga conducta respecto de un arma de uso civil condicional no se encuentra tipificada en la nueva redacción del art. 189 bis (cabiendo tan solo la sanción prevista por la Ley 20.429 y su Decreto Reglamentario).

Por cuestiones metodológicas resulta también criticable la incorporación de la figura de la tenencia ilegítima de arma de uso civil en la Ley 20.429, cuando hubiera sido más correcto incorporar el tipo penal en la redacción del propio art. 189 bis del Código Penal.

Repasando la norma penal, y considerando las distintas figuras, tenemos como conductas típicas:

a) La tenencia ilegítima de arma de uso civil: tal conducta se encuentra tipificada en el Art. 42 bis incorporado a la Ley Nº 20.429, siendo reprimida con multa de $ 1.000. - a $ 10.000. - y arresto de hasta 90 días.

b) La tenencia ilegítima de arma de guerra: conducta que se encuentra tipificada en el art. 189 bis tercer párrafo del Código Penal, reprimido con prisión de 3 a 6 años.

c) La portación ilegítima de arma de uso civil: conducta que se encuentra tipificada en el art. 189 bis cuarto párrafo del Código Penal, reprimido con prisión de 6 meses a 3 años.

d) La portación ilegítima de arma de guerra: como consecuencia del texto originario y las observaciones del Decreto 496/99, tal conducta no constituye delito sino una mera infracción a la Ley Nacional de Armas y Explosivos Nº 20.429.

Uno podría preguntarse cuál es la razón por la cual se incriminan estas conductas, y se les adjudica la pena estipulada por el legislador. En cuanto a ello, es menester tener en cuenta la seguridad pública como bien jurídico protegido por la norma.

A través del art. 189 bis la legislación penal protege la seguridad general y común ante la amenaza de quien cuenta y tiene a su alcance y dominio el medio idóneo para hacer efectivo el evento lesivo a esa seguridad.

Por último, parece importante recordar que la tenencia de un arma de fuego, como delito abstracto que es, importa un peligro que no integra el tipo penal sino que el legislador entiende a la tenencia de un arma de fuego sin autorización como peligrosa para la seguridad pública.

Es la voluntad de sustraer del conocimiento del Estado la existencia de un arma de fuego el elemento configurativo de este delito. El Estado, que por definición detenta el monopolio de la fuerza, necesariamente debe tomar conocimiento de la existencia de armas de fuego, siendo menester que pueda individualizar a sus tenedores. La seguridad pública le impone tal obligación.

[1] CNacCrimCorr. Fed. Sala I, 22 MAR 84, en LL, 1984-D-579.

[2] CNacCrimCorr. Fed. Sala II, 18 SEP 87, DJ, 1988-2-879; íb. Sala I, 24 MAY 89, LL, 1990-A-374, entre otros.

[3] CnacCrimCorr. Sala 2, 16 JUN 92, JA, 1995-II, síntesis.

[4] CnacCrimCorr., Sala 4, 14 MAR 97, Ramirez Fonseca Ruben.

[5] Como ejemplos, podríamos citar algunas manifestaciones erradas que se virtieran a lo largo de las sesiones “las armas de uso civil de bajo calibre... son armas de uso civil o uso civil condicionado...” “ las armas de uso civil condicional son las que antes se denominaban armas de guerra... “ “existen tres tipos de usos de armas: civil, civil condicionado y de guerra...”

Batalla de Ituzaingó

Batalla de Ituzaingó

Ituzaingó
Parte de Guerra del Brasil
Fecha 20 de febrero de 1827
Lugar vado del Rosario, hoy Brasil
Resultado Victoria de las Provincias Unidas del Río de la Plata
Beligerantes
Provincias Unidas del Río de la Plata Imperio del Brasil
Comandantes
Carlos María de Alvear Marqués de Barbacena
Fuerzas en combate
7.700 10.000
Bajas
148 200

La batalla de Ituzaingó se desarrolló en el lo que actualmente es el centro-oeste del estado de Río Grande del Sur (en la época del combate el área estaba litigada entre Argentina y Brasil). Fue un enfrentamiento ocurrido el 20 de febrero de 1827 entre las tropas aliadas de los insurrectos orientales y el Ejército Argentino, por una parte, y las tropas del imperio del Brasil por otra, enfrentados por el control de la Banda Oriental (actual Uruguay), en manos brasileñas desde 1820. Fue una victoria táctica de los aliados, y dio nacimiento a la Convención Preliminar de Paz que se firma en 1828, reconociendo como Estado libre, independiente y soberano al Uruguay, poniendo fin al ciclo militar de la primera época de la historia uruguaya.

Véase también: Guerra del Brasil

La historiografía brasileña llama a este combate batalla de Passo do Rosário ya que ocurrió en las cercanías del vado del Rosario, hacia los 30°14′42″S, 54°52′29″O, a pocos kilómetros al este de la ciudad hoy brasileña de Rosario do Sul entonces en las Misiones Orientales.

Tabla de contenidos

[ocultar]

Las acciones [editar]

Siete días después del triunfo de Juan Lavalle frente a las fuerzas del general Manuel Bentos en la batalla de Bacacay, y cuatro después del triunfo del general Lucio Norberto Mansilla en la batalla del Ombú; que dispersó con 350 hombres a caballo y 1.800 efectivos de infantería a la caballería de Bentos, elite de la tropa imperial— Carlos de Alvear atrajo al grueso de las fuerzas imperiales, mandadas por el marqués de Barbacena, a un enfrentamiento en la vera del río Santa María.

La acción fue una total sorpresa para las tropas brasileñas, que hasta el día anterior perseguían a las fuerzas conjuntas argentino-orientales. El Santa María separaba el territorio montañoso (donde las caballadas aliadas poco valor táctico tenían) de los terrenos más llanos con buenos pastizales al sur del río. El ejército aliado buscaba campos con forraje adecuado, mas la imposibilidad de vadear el río por estar crecido obligó a efectuar una contramarcha de veinte kilómetros en la noche previa a la batalla recorriendo un camino ascendente que permitía posicionar al ejército aliado en igualdad de condiciones con el oponente.

Como los brasileños estimaron erróneamente que los aliados habían cruzado el río en la tarde anterior su marcha fue descuidada y desprolija. Barbacena envió el grueso de su infantería en tres columnas a atacar el primer cuerpo del ejército aliado, comandado por Lavalleja, que estaba ubicado con la artillería en el centro del campo de batalla. Una vez próximos a éste, Alvear ordenó la carga de la caballería, hasta entonces oculta, sobre el flanco izquierdo de los brasileños. Posicionados sorpresivamente frente a un ejército bien formado y dispuesto para la batalla, los voluntarios que componían este flanco, al mando del mariscal José de Abreu, se desbandaron. El flanco derecho imperial se replegó también, cruzando el río por el vado, y dejando sólo a la columna central, entre los que se contaban 2.000 mercenarios experimentados de origen austríaco y prusiano, para resistir las sucesivas cargas dirigidas por el teniente coronel Federico Brandsen —ascendido póstumamente a coronel, tras caer en batalla—, el general Juan Lavalle y el general José María Paz, que fueron decisivas. Luego de intentar pasar la línea defensiva argentina durante 6 horas sin éxito, y siendo bombardeado por la artillería, el ejército imperial se retiró para no ser atacado por la infantería que todavía no había intervenido y para no ser rodeado.

Resultados [editar]

En total, 7.700 efectivos republicanos (1.800 de infantería, 5.400 jinetes y 500 artilleros) detuvieron el ataque de la fuerza imperial compuesta por 10.000 hombres. Sin embargo, debido al mal estado de los caballos, no se pudo perseguir por mucho tiempo a los derrotados. El imperio sufrió 200 muertos, entre ellos el mariscal Abreu, 150 prisioneros y 800 extraviados. Las Provincias Unidas sufrieron 139 bajas de caballería y 9 de los Cazadores de Infantería. Entre los pertrechos abandonados por el Ejército Imperial se encontraba un cofre conteniendo una partitura entregada por el Emperador al Marqués de Barbacena para ser interpretada tras la primera victoria aliada; en conmemoración del hecho, el ejército aliado se apoderó de ella, y bautizada como marcha de Ituzaingó se interpreta cuando la bandera de Argentina se traslada en actos oficiales, y es uno de los tres atributos que ostenta el presidente de la República Argentina, bastón de mando, banda presidencial y marcha de Ituzaingó.

El desorden del batido ejército imperial permitiría a las tropas argentinas triunfar en las batallas de Yerbal y Camacual antes de replegarse.

Batalla de Cannas: mayor ejercito romano (y vencido)

Batalla de Cannas

Artículo destacado
Batalla de Cannas

Lugares de la península itálica en los que acontecieron las batallas entre Roma y el ejército de Aníbal.
Fecha 2 de agosto de 216 adC
Lugar Río Ofanto, Italia
Resultado Decisiva victoria cartaginesa
Conflicto Segunda Guerra Púnica
Comandantes
Cayo Terencio Varrón
Lucio Emilio Paulo
Aníbal Barca
Fuerzas en combate
Entre 86.400 y 87.000 hombres (16 legiones romanas y aliadas) 40.000 de infantería pesada
6000 de infantería ligera
8000 de caballería
Bajas
70.000 muertos según Polibio; 50.000 según Tito Livio; alrededor de 11.000 prisioneros 6000 muertos, 10.000 heridos
Batallas de Aníbal (218 adC a 202 adC)
Batalla del Ticino - Batalla del Trebia - Batalla del Lago Trasimeno - Batalla de Cannas - Batallas de Nola - Batalla de Zama

La batalla de Cannas (o Cannæ) fue un importante encuentro armado ocurrido en Italia el 2 de agosto del año 216 adC, entre el ejército púnico comandado por Aníbal Barca, y las tropas romanas dirigidas por los cónsules Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, en el marco de la Segunda Guerra Púnica. La batalla tuvo lugar en la ciudad de Cannas, en Apulia, al sudeste de Italia. En ella, el ejército cartaginés al mando de Aníbal derrotó al ejército romano bajo el mando de los cónsules Lucio Emilio Paulo y Cayo Terencio Varrón, a pesar de la acusada inferioridad numérica de los cartagineses. Tras la batalla de Cannas, Capua y varias otras ciudades estado italianas abandonaron el bando de la República romana.

A pesar de que la batalla no supuso finalmente la victoria cartaginesa en la Segunda Guerra Púnica, se la recuerda como una de los más grandes eventos de táctica militar en la historia, y la más grande derrota de la historia de Roma.

Tras recuperarse de las pérdidas de las anteriores batallas y, en concreto, de la batalla del Trebia (218 adC) y la batalla del Lago Trasimeno (217 adC), los romanos decidieron enfrentarse a Aníbal en Cannas con aproximadamente 87.000 soldados romanos y aliados. Con su ala derecha desplegada cerca del río Aufidus (hoy llamado río Ofanto), los romanos colocaron a su caballería en los flancos y agruparon su infantería pesada en el centro, en una formación con mayor profundidad de lo normal.

Para contrarrestar ese plan, Aníbal utilizó una táctica de tenaza. Colocó a la infantería en la que confiaba menos en el centro, con los flancos compuestos de caballería cartaginesa. Antes de enfrentarse a los romanos, sin embargo, sus líneas fueron adoptando una forma de luna creciente, haciendo avanzar a sus tropas veteranas de los laterales.

En el momento álgido de la batalla, las tropas cartaginesas del centro de la formación se retiraron ante el avance de los romanos y, al avanzar éstos, se encontraron sin darse cuenta dentro de un largo arco de enemigos que les rodeaban. Atacados desde todos los flancos y sin vía de escape, el ejército romano fue destruido. Se estima que entre 60.000 y 70.000 romanos murieron o fueron capturados en Cannas, incluyendo al cónsul Lucio Emilio Paulo y a ochenta senadores romanos.

Tabla de contenidos

[ocultar]

Trasfondo estratégico [editar]

Batallas de la Segunda Guerra Púnica (218 adC a 202 adC)
Sagunto - Lilibea - Ticino - Trebia - Cissa - Trasimeno - Río Ebro - Ager Falernus - Geronium - Cannas - 1ª de Nola - Dertosa - 2ª de Nola - Cornus - 3ª de Nola - Beneventum - 1ª de Tarentum - 1ª de Capua - Silarus - 1ª de Herdonia - Siracusa - Betis superior - 2ª de Capua - 2ª de Herdonia - Numistro - Asculum - 2ª de Tarentum - Baecula - Grumentum - Metauro - Ilipa - Crotona - Grandes Campos - Cirta - Zama

Poco después del comienzo de la Segunda Guerra Púnica, el general cartaginés había logrado llegar a Italia cruzando los Alpes durante el invierno y había vencido rápidamente a los romanos en dos grandes victorias, en la batalla del Trebia y la Batalla del Lago Trasimeno. Los romanos, tras sufrir esas pérdidas, nombraron a Quinto Fabio Máximo como dictador romano para que hiciese frente a la amenaza cartaginesa. Fabio se embarcó en una guerra de desgaste contra Aníbal, dedicándose a cortar sus líneas de suministro y rechazando el enfrentamiento en una batalla campal. Esa estrategia, que sería conocida en el futuro como las Tácticas Fabianas, resultó ser muy impopular entre los ciudadanos romanos que, una vez que comenzaron a recuperarse de las victorias cartaginesas, comenzaron también a cuestionar las tácticas de su dictador, que en parte habían permitido reagruparse al ejército cartaginés.[1] La estrategia de Fabio era particularmente frustrante para la mayoría del pueblo romano que deseaba un rápido final de la guerra con Cartago. También se temía que, si Aníbal continuaba arrasando Italia sin oposición, los aliados itálicos comenzaran a dudar de la capacidad de Roma de protegerles y se pasasen al bando del enemigo.

Ante esta situación política, el Senado Romano no renovó los poderes dictatoriales a la finalización del mandato, y devolvió el mando del ejército a los cónsules Cneo Servilio Gémino y Marco Atilio Régulo. En 216 adC, las elecciones consulares finalizaron con la elección de Cayo Terencio Varrón y Lucio Emilio Paulo, que tomaron el mando del ejército que se había reclutado para enfrentarse con Aníbal. El ejército reunido superaba en tamaño a cualquier ejército anterior en la historia romana hasta esa fecha, y sobre su composición Polibio escribió lo siguiente:

El Senado determinó llevar a ocho legiones al campo de batalla, algo que Roma no había hecho antes, cada legión formada por cinco mil hombres más los aliados. (...) La mayoría de sus guerras se deciden por un cónsul y dos legiones, con su cuota de aliados; y raramente emplean las cuatro al mismo tiempo en un único servicio. Pero en esta ocasión, tan grande era la alarma y el terror de lo que podría suceder, que decidieron enviar no cuatro sino ocho legiones al campo de batalla.

Estas ocho legiones, junto con una estimación de unos 2400 soldados de caballería romana, formaban el núcleo de un inmenso ejército. Estando cada legión acompañada de un número igual de soldados aliados, y con una caballería aliada de unos 4000 hombres, el ejército total que se enfrentó a Aníbal no debía estar muy por debajo de unos 90.000 hombres.[3]

Preludio [editar]

Estatua de Aníbal Barca, según representación de François Girardon en 1704, situado en el Patio Puget del Louvre. Aníbal se representa contando los anillos romanos tomados en la batalla de Cannas, el 216 adC.
Estatua de Aníbal Barca, según representación de François Girardon en 1704, situado en el Patio Puget del Louvre. Aníbal se representa contando los anillos romanos tomados en la batalla de Cannas, el 216 adC.

En la primavera de 216 adC, Aníbal tomó la iniciativa y asedió y tomó un gran depósito de suministros ubicado en la ciudad de Cannas, en las llanuras de Apulia. Con ello se situó estratégicamente entre los romanos y una de sus principales fuentes de suministro. Polibio comenta que la captura de Cannas «causó una gran conmoción en el ejército romano; pues no sólo se trataba de la pérdida del lugar y de los almacenes, sino del hecho de que con ello se perdía todo el distrito».[2] Los cónsules, decididos a enfrentarse a Aníbal, marcharon al sur en busca del cartaginés.

Tras dos días de marcha se encontraron con él en la ribera izquierda del río Aufidus, y acamparon a seis millas (unos 10 kilómetros) de distancia. Supuestamente, un oficial cartaginés llamado Gisgo hizo un comentario sobre el gran tamaño del ejército romano. Aníbal le contestó «Otra cosa que se te ha pasado, Gisgo, es todavía más sorprendente — que aunque haya tantos de ellos, no hay ninguno de entre todos ellos que se llame Gisgo».[4]

Normalmente cada uno de los dos cónsules dirigiría su parte del ejército, pero dado que los dos ejércitos estaban unidos en uno solo, la ley romana les ordenaba la alternancia diaria en el mando. Parece ser que Aníbal era conocedor este hecho, y que planeó su estrategia de acuerdo con ello.

El cónsul Varrón, que estaba al mando el primer día, es presentado por las fuentes antiguas como un hombre de naturaleza descuidada y que estaba determinado a vencer a Aníbal. Mientras que los romanos se acercaban a Cannas, una pequeña porción de las fuerzas de Aníbal emboscaron al ejército romano, y Varrón repelió con éxito el ataque continuando el viaje a Cannas. Esta victoria, aunque esencialmente se trató más de una escaramuza sin valor estratégico que de una verdadera victoria militar, disparó la confianza del ejército romano y es posible que la del propio cónsul Varrón. Paulo, sin embargo, era contrario a proceder al enfrentamiento tal y como se estaba planteando. Al contrario que Varrón, éste cónsul era un hombre prudente y cauteloso, y consideraba que era estúpido luchar en campo abierto contra Aníbal, a pesar de la superioridad numérica de los romanos. Esto tenía sentido táctico, puesto que Aníbal seguía manteniendo su ventaja en el ámbito de las tropas de caballería, en dónde contaba con mayor número de efectivos y de mayor calidad. Sin embargo, y a pesar de sus reticencias, Paulo tampoco consideró acertado retirar al ejército tras ese éxito inicial, y decidió ordenar acampar a dos tercios de su ejército al este del río Aufidus, enviando al resto de sus hombres a fortificar una posición en la rivera opuesta. El propósito del segundo campamento era cubrir a las partidas de forrajeadores del campamento principal y poder hostigar las del enemigo.[3]

Los dos ejércitos permanecieron en sus localizaciones durante dos días. En el segundo de estos dos días (1 de agosto) Aníbal, conocedor de que Varrón estaría al mando al día siguiente, salió del campamento y ofreció batalla a los romanos. Paulo, sin embargo, rechazó la invitación. En ese momento Aníbal, conocedor de la importancia del agua del río Aufidus para el ejército romano, envió su caballería al campamento de menor tamaño para acosar a los soldados que salían a abastecerse de agua fuera de las fortificaciones. Según Polibio,[2] su caballería dio vueltas sin oposición al campamento romano, creando el caos y cortando el suministro de agua.[5]

Batalla [editar]

Fuerzas [editar]

Las fuerzas combinadas de los dos cónsules sumaban un total 75.000 soldados de infantería, 2400 de caballería romana y 4000 de caballería aliada, contando únicamente a la porción de tropas que se utilizó en la batalla campal. Además, en los dos campamentos fortificados había otros 2600 hombres de infantería pesada y 7400 de infantería ligera (un total de unos 10.000), por lo que la fuerza total que los romanos llevaron a la guerra equivalía a unos 86.400 hombres. En el otro bando, el ejército cartaginés estaba compuesto aproximadamente por 40.000 hombres de infantería pesada, 6000 de infantería ligera y 8000 de caballería.[6]

Falcata íbera de hierro y plata. Siglo IV o III adC. Procedente de Almedinilla (Córdoba, España). Museo Arqueológico Nacional de España (Madrid). La falcata era el arma utilizada por la infantería hispana de Aníbal.
Falcata íbera de hierro y plata. Siglo IV o III adC. Procedente de Almedinilla (Córdoba, España). Museo Arqueológico Nacional de España (Madrid). La falcata era el arma utilizada por la infantería hispana de Aníbal.

El ejército cartaginés estaba compuesto por una amalgama de soldados procedentes de distintas y numerosas regiones. Junto con un núcleo de 8000 libios equipados con armadura romana, luchaban también 8000 íberos, 16.000 galos (de los cuales 8000 permanecieron en el campamento el día de la batalla) y un número desconocido de infantería gaélica. La caballería de Aníbal también tenía distintas procedencias: Había 4000 númidas, 2000 hispanos, 4000 galos y 450 libios y fenicios. Finalmente, Aníbal contaba con unos 8000 hostigadores compuestos por honderos baleares y lanceros de diversas nacionalidades. Todos estos grupos específicos aportaban sus distintas capacidades al ejército cartaginés, siendo su factor unificador la unión personal que cada grupo tenía con el líder del ejército, Aníbal.[7]

Equipamiento [editar]

Las fuerzas de la república utilizaban el tradicional equipamiento militar romano de la época de las Guerras Púnicas, incluyendo el pila y los hastae como armas, así como los escudos, las armaduras y los cascos tradicionales. En el bando opuesto, los cartagineses utilizaban una gran variedad de equipamientos distintos. Los libios luchaban con las armaduras y el equipamiento tomados de los romanos derrotados en anteriores enfrentamientos; los hispanos luchaban con espadas diseñadas para cortar y ensartar, jabalinas y lanzas incendiarias y se defendían con grandes escudos de forma ovalada; y los galos llevaban espadas largas y pequeños pero resistentes escudos ovalados. La caballería pesada cartaginesa llevaba dos jabalinas y una espada curva, así como una fuerte armadura. La caballería númida, más ligera, no utilizaba armadura y sólo llevaba un pequeño escudo, jabalinas y una espada. Por último, los hostigadores que actuaban como infantería ligera estaban armados con hondas o con lanzas y, de éstos, los honderos baleares (famosos por su puntería con esa arma) llevaban hondas cortas, medias y largas, aunque no llevaban ningún equipamiento de carácter defensivo. Los lanceros sí que llevaban escudos, jabalinas, y posiblemente espada o, al menos, una lanza diseñada para ensartar a corta distancia.[7]

Despliegue táctico [editar]

Despliegue inicial y ataque romano (en rojo).
Despliegue inicial y ataque romano (en rojo).

El despliegue convencional de los ejércitos en aquella época consistía en situar a la infantería en el centro de la formación, colocando a la caballería en las dos «alas» o flancos laterales. Los romanos siguieron con este sistema de despliegue de forma muy fiel, aunque añadieron una mayor profundidad a su formación mediante la colocación de muchas cohortes, en lugar de optar por dar mayor espacio a su infantería. Posiblemente los comandantes romanos esperaban que esta concentración de fuerzas permitiese romper rápidamente el centro de la línea enemiga. Varrón sabía que la infantería romana había logrado romper el centro de la formación cartaginesa en la batalla del Trebia, y su intención era recrear esto a mayor escala.

Los princeps se colocaron inmediatamente detrás de los hastati, preparados para empujar hacia adelante en cuanto comenzara el contacto con el enemigo, y asegurando con ello que los romanos presentaran un frente sin huecos. Polibio escribió que «los manípulos estaban más cercanos los unos a los otros, los intervalos eran más cortos, y los manípulos mostraban una mayor profundidad que frente».[2] [8] A pesar de superar ampliamente a los cartagineses en cuanto a número de tropas, este despliegue suponía en la práctica que las líneas romanas tuvieran aproximadamente la misma longitud que la de sus oponentes.

La imagen final que ofrecía el ejército romano mantenía por tanto el estilo clásico. En líneas perpendiculares al río, los romanos presentaban dos bloques en líneas cerradas, el de la infantería ligera delante y el de la pesada detrás. A su derecha, junto al río, la caballería romana y en el flanco izquierdo la caballería compuesta por aliados de Roma.

Esquema clásico de despliegue de la legión manipular.
Esquema clásico de despliegue de la legión manipular.

Desde el punto de vista del cónsul Varrón, Aníbal parecía tener poco espacio para maniobrar y ninguna posibilidad de retirada, debido a su elección de desplegarse con el río Aufidus a su retaguardia. Varrón pensaba que cuando fuesen presionados por la superioridad numérica del ejército romano, los cartagineses caerían hacia el río y, sin sitio para maniobrar, cundiría el pánico. Por otro lado, Varrón había estudiado las últimas victorias de Aníbal, en las que sus victorias se habían producido en gran parte gracias a una serie de subterfugios del general cartaginés. Debido a esto, Varrón buscó una batalla en campo abierto, en el que no hubiera posibilidad de que tropas ocultas preparasen una emboscada.[9]

Aníbal también formó su tropa en dos líneas, pero no las hizo compactas. Las desplegó con el centro apuntando ligeramente al centro romano, basándose en las cualidades particulares de lucha que cada unidad poseía, y teniendo en cuenta tanto sus fortalezas como sus debilidades para el diseño de su estrategia.[3] Colocó a los íberos, galos y celtíberos en el centro, alternando la composición étnica de las tropas de la línea del frente. El centro de Aníbal lo componían sus tropas íberas más disciplinadas, mientras que detrás de éstos se situaban los galos, con menor grado de disciplina. La infantería púnica de Aníbal se posicionó en las alas, justo en el extremo de su línea de infantería.

Se suele pensar erróneamente que las tropas africanas de Aníbal estaban armadas con picas, teoría aportada por el historiador Peter Connolly. En realidad, las tropas libias llevaban lanzas más cortas incluso que la de los triarii romanos. Su ventaja, por tanto, no eran las picas, sino la experiencia de su infantería, muy veterana tras tantas batallas, que permaneció cohesionada y atacó los flancos romanos.

Asdrúbal dirigía a la caballería íbera y celtíbera del ala izquierda del ejército cartaginés (ubicada al sur, cerca del río Aufidus). Tenía a su mando a 6500 hombres, mientras que Janón estaba al frente de 3500 hombres de caballería númida ubicados en el ala derecha. La fuerza de Asdrúbal fue capaz de derrotar rápidamente a la caballería romana ubicada al sur, atravesar la retaguardia de la infantería, y enfrentarse también a la caballería aliada romana que estaba luchando con los númidas. Las fuerzas combinadas de Asdrúbal y Janón dispersaron a la caballería romana, lo que les permitió acosar a la infantería desde la retaguardia.

Aníbal colocó a su caballería, compuesta principalmente de caballería hispana y de caballería ligera númida, esperando que pudieran derrotar rápidamente a la caballería romana de los flancos, y que girasen para atacar a la infantería desde la retaguardia, mientras ésta intentaba atravesar el centro de la formación cartaginesa. Sus veteranas tropas africanas atacarían entonces desde los flancos en el momento crucial, y rodearían al ejército romano.

Tras rodearles, se produjeron una serie de factores que favorecieron la victoria cartaginesa. En primer lugar, en lugar de enfrentarse a una dura línea de triarii veteranos que normalmente se ubicaban en la retaguardia, la caballería se encontró con los hostigadores velites, que estaban en plena retirada a través de las líneas tras haber hecho su labor de hostigamiento. Esto permitió a los cartagineses acabar estratégicamente con los líderes de las centurias a la vez que crear una gran confusión entre los hastati. Ésta confusión fue también alimentada por el bombardeo con proyectiles que estaba recibiendo el ejército romano: éste bombardeo, si bien sólo producía heridas leves, hacía que los laterales del ejército romano tratasen de refugiarse acercándose al centro de la formación, lo cual provocó una situación en la que las tropas romanas estaban demasiado cercanas las unas a las otras como para poder utilizar con efectividad sus armas, incrementando el número de bajas.

Aníbal no se sentía impedido por su posición en contra del río Aufidus. Por el contrario, supuso una factor principal de su estrategia: el río protegía sus flancos de ser superados por el ejército más numeroso de los romanos, y la existencia de esa barrera natural implicaba que la única vía de retirada de los romanos era su flanco izquierdo.[10] Además, las fuerzas cartaginesas habían maniobrado de forma que los romanos estuviesen mirando al este, con lo que no sólo recibían en la cara el sol de la mañana, sino que los vientos del sudeste arrojaban tierra y polvo sobre sus caras a medida que se aproximaban al campo de batalla.[8] Se puede decir, por tanto, que el despliegue de tropas realizado por Aníbal, basado en su percepción y entendimiento de las capacidades de sus tropas, resultó decisiva en la batalla.

Acontecimientos [editar]

A medida que los ejércitos avanzaban uno hacia el otro, Aníbal fue extendiendo de forma gradual el centro de su línea. Tal y como describe Polibio:

Tras desplegar a su ejército al completo en una línea recta, tomó a varias compañías de celtas y de hispanos y avanzó con ellas, manteniendo al resto en contacto con estas compañías pero quedándose atrás de forma gradual, para conseguir una formación en forma de luna creciente. La línea de compañías de flanqueo iba estrechándose cada vez más a medida que se prolongaba, siendo su objetivo utilizar a los africanos como fuerza de reserva y comenzar la lucha con los celtas y los hispanos.[3]

Polibio describe un centro cartaginés muy débil, desplegado en curva con los romanos en el centro y las tropas africanas en los flancos y en formación diagonal.[2] Se cree que el propósito de esta formación era romper el impulso frontal de la infantería romana, y retrasar su avance hasta que se produjesen otros acontecimientos que permitiesen a Aníbal desplegar su infantería africana de la forma más efectiva posible.[11] En cualquier caso, algunos historiadores han tachado a este relato de fantasioso, y comentan que la curvatura del ejército cartaginés se pudo deber o bien por la curvatura natural que se produce cuando una línea de infantería avanza, o bien a la propia reacción del ejército cartaginés al enfrentarse al choque con el pesado centro de infantería romana.[11]

Cuando los ejércitos se encontraron, la caballería se lanzó en un fiero ataque sobre el ejército romano. Polibio nos describe la escena[2] comentando que «cuando los caballos hispanos y celtas del ala izquierda colisionaron con la caballería romana, la lucha que se produjo fue verdaderamente barbárica».[3] La caballería cartaginesa rápidamente venció a la inferior caballería romana del flanco derecho y les sobrepasaron. En ese momento, una porción de la caballería se dividió del ala izquierda y dio un rodeo atravesando la retaguardia romana hacia el flanco derecho, en dónde atacó a la caballería romana de ese flanco desde la retaguardia. Éstos, siendo atacados desde los dos frentes, se dispersaron rápidamente ante el ataque cartaginés.

Destrucción del ejército romano.
Destrucción del ejército romano.

Por otro lado, mientras que los cartagineses derrotaban a la caballería romana, los dos ejércitos principales, compuestos por la infantería de ambos bandos, avanzaron el uno contra el otro en el centro del campo de batalla. Para poder entender bien la batalla, es necesario detenerse a examinar las duras condiciones a las que estaban sometidos los soldados de infantería romanos, y que hacían que la batalla fuese especialmente difícil para ellos:[7] A medida que los romanos avanzaban, el viento del este soplaba hacia ellos, arrojando polvo sobre sus caras y obstaculizando su visión. En este aspecto, es importante tener en cuenta que los dos ejércitos levantaban mucho polvo al desplazarse, lo que amplificaba el efecto del viento.[8] Además del polvo, otro factor importante de la batalla fue la falta de sueño de las tropas: debido a la distancia entre los campamentos y el campo de batalla, es muy posible que ambos ejércitos se hubiesen visto obligados a dormir muy poco tiempo. En particular, los romanos sufrían la falta de una buena hidratación previa a la batalla, causada por el ataque de Aníbal a su campamento el día anterior que les había impedido suministrarse del río. Por último, la masiva cantidad de tropas suponía un tremendo estruendo de fondo, lo cual era psicológicamente muy duro para los hombres de la formación.

Los cartagineses dispusieron una línea con unos 800 honderos baleares para intentar frenar el avance de las tropas romanas, pero no tuvo éxito. Cuando ambos ejércitos estaban uno en frente de otro se inició una auténtica lluvia de lanzas entre los hostigadores. Tras ese inicio comenzó la batalla cuerpo a cuerpo.

Aníbal se colocó junto con sus hombres en el débil centro de la formación, y les hizo desplazarse en una retirada controlada. Conociendo la superioridad de la infantería romana, Aníbal dio instrucciones para esta retirada, creando un semicírculo cada vez más estrecho que iba rodeando a las fuerzas romanas. Los romanos empujaron en su ataque y el centro de Aníbal cedió terreno, curvándose hacia atrás, ocupando el centro romano el espacio desalojado por el centro cartaginés. Con ese movimiento, Aníbal convirtió la fuerza de la infantería romana en una debilidad: A medida que las tropas avanzaban, el grupo de tropas romanas comenzaban a perder cohesión debido a que los soldados comenzaban a empujar los unos contra los otros hasta que llegaron a situarse tan próximos los unos a los otros que no tenían espacio ni para maniobrar con sus armas. Además, en su intento de romper cuanto antes la línea de tropas gálicas e hispanas, los romanos habían ignorado (puede que también debido al polvo) a las tropas africanas que se habían colocado sin oposición en los extremos de la formación cartaginesa.[11] La caballería cartaginesa, por su parte, ya había conseguido eliminar a la caballería romana de los dos flancos, y cargó contra el centro de la formación romana desde la retaguardia.

El ejército romano, con sus flancos eliminados, formó una cuña que iba introduciéndose cada vez más dentro del semicírculo cartaginés, metiéndose de lleno en una ubicación en la que la infantería africana controlaba ambos flancos.[3] En este momento, Aníbal ordenó atacar a su infantería africana, rodeando por completo a los romanos en lo que se convertiría en el primer ejemplo bélico conocido de movimiento de tenaza.

Cuando la caballería cartaginesa atacó a los romanos por la retaguardia y las tropas africanas asaltaron la formación desde las alas, el avance de la infantería romana quedó detenido bruscamente. Los romanos estaban atrapados, y sin vía de escape. Polibio comenta que, «a medida que las tropas del exterior eran masacradas, los supervivientes se veían forzados a retirarse hacia el centro y agruparse más, hasta que finamente todos murieron en el lugar en el que se encontraban».

Los legionarios estaban aterrorizados. No podían ni siquiera alzar los escudos para defenderse, ni podían desenvainar sus espadas. En ese momento la falange ibera avanzó hacia el cerco para atacar por los flancos a los romanos. Los iberos que habían retrocedido, gracias a sus cortas pero mortales espadas hicieron una masacre entre las filas enemigas. Tras esta batalla los romanos, impresionados por la eficacia de la espada ibera, adoptarían una similar para sus tropas (el conocido como gladius hispaniensis).

Aníbal, viendo que su plan estaba resultando en una victoria casi total y necesitando todavía consolidar sus logros, y tomar únicamente a aquellos prisioneros que estuviesen dispuestos a cambiar de bando en la guerra, ordenó a sus hombres que mutilasen rápidamente a los enemigos supervivientes. Más adelante, cuando ya no había soldados romanos con capacidad de resistencia al enemigo, procederían a masacrar a los romanos sin obstrucción alguna.

Tito Livio describe lo siguiente:

Había tantos miles de romanos yaciendo (...) Algunos, con sus heridas, agravadas por el frío de la mañana, se levantaban, y a medida que se levantaban cubiertos de sangre de entre la masa de masacrados, eran sobrepasados por el enemigo. Otros fueron encontrados con sus cabezas enterradas en la tierra, en agujeros que habían excavado; habiendo con ello, parece, creado sus propias tumbas, en las que se habían asfixiado ellos mismos.[3]

Fueron masacrados casi seiscientos legionarios por minuto hasta que la oscuridad trajo su fin al derramamiento de sangre.[12] Sólo 14.000 hombres lograron escapar, la mayoría de los cuales habían logrado abrir una vía de escape hacia la cercana ciudad de Canusium. Al final del día, de las tropas iniciales romanas compuestas por 87.000 hombres, sólo habían sobrevivido alrededor de uno de cada seis hombres.[3]

Bajas [editar]

Aunque la cifra exacta de bajas probablemente nunca llegue a conocerse, Tito Livio y Polibio nos ofrecen unas cifras según las cuales murieron entre 50.000 y 70.000 romanos y entre 3000 y 4500 fueron hechos prisioneros.[8] Entre los muertos se encontraba el propio Lucio Emilio Paulo, así como los dos cónsules del año precedente, dos cuestores, veintinueve de los cuarenta y ocho tribunos militares y unos ochenta senadores (en una época en la que el Senado romano estaba compuesto tan sólo por unos 300 hombres, por lo que la cifra constituye entre un 25 y un 30% del total). Otros 8000 hombres de los dos campamentos romanos y de los poblados vecinos se rindieron al día siguiente (después de que la resistencia se cobrara todavía más víctimas, aproximadamente 2000).

Finalmente, puede que más de 75.000 romanos de una fuerza original de 87.000 resultasen muertos o capturados, totalizando más del 85% del ejército total. De los que participaron en la batalla, puede que el 95% de los romanos y aliados muriesen o fueran capturados.[3]

Se perdieron más vidas romanas en Cannas que en cualquier otra batalla posterior, exceptuando quizás la batalla de Arausio del año 105 adC.[13] [14] [15] Además, Cannas es la segunda batalla con mayor porcentaje de bajas de toda la historia de Roma, situándose sólo por detrás de la batalla del bosque de Teutoburgo (año 9 dC).

Por su parte, los cartagineses sufrieron 16.700 bajas, la mayoría de ellas de celtíberos e íberos. De éstas, 6000 fueron mortales: 4000 celtíberos, 1500 íberos y africanos y el resto de caballería.[3]

La cifra total de bajas en la batalla, por tanto, excede de 80.000 hombres.[3] En la época en que se produjo, Cannas posiblemente fue la segunda batalla con más bajas de la historia conocida, por detrás de la batalla de Platea (comparándola con las cifras que sobre la batalla de Platea ofrece Heródoto y que son consideradas exageradas por muchos historiadores modernos), si bien en Platea la mayoría de las bajas no se produjeron en el transcurso de la propia batalla, sino que ocurrieron en la persecución del ejército persa tras su derrota. Hasta las invasiones mongolas, 1500 años después, la batalla de Cannas estuvo entre las diez batallas más costosas en término de vidas humanas de la historia, e incluso hoy en día todavía permanece dentro de las cincuenta batallas más letales de la historia.

Eventos posteriores [editar]

Para más información, véase el artículo Segunda Guerra Púnica.
Nunca antes, estando la ciudad todavía a salvo, se había producido tal grado de excitación y pánico dentro de sus murallas. No intentaré describirlo, ni debilitaré la realidad entrando en detalles. (...) Pues según los informes dos ejércitos consulares y dos cónsules se habían perdido; no existía ya ningún campamento romano, ningún general, ningún soldado; Apulia, Samnio, casi toda Italia estaba a los pies de Aníbal. Con seguridad no hay otra nación que no hubiera sucumbido bajo el peso de tal calamidad.
Tito Livio comentando la reacción del Senado tras la derrota[16]

Durante un cierto periodo de tiempo, los romanos se encontraron completamente expuestos y desorganizados. Los mejores ejércitos de la península habían sido destruidos, los pocos supervivientes estaban absolutamente desmoralizados y el único cónsul con vida (Varrón), completamente desacreditado. Fue una completa catástrofe para los romanos. La ciudad de Roma declaró un día entero de luto nacional, puesto que no había un sólo habitante en Roma que no estuviese emparentado o conociese a alguna de las personas que habían muerto en la batalla. Los romanos se encontraron en tal estado de desesperación que llegaron a recurrir al sacrificio humano, hasta el punto de que existen datos sobre enterramientos de personas vivas en el foro romano hasta en dos ocasiones[17] y del abandono de un bebé en el mar Adriático por haber nacido con un tamaño desproporcionado[17] (lo cual supone posiblemente el último caso registrado de sacrificios humanos llevados a cabo por los romanos, salvando las ejecuciones públicas de enemigos derrotados cuyas muertes se dedicaban al dios Marte).

Moneda acuñada con la efigie de Aníbal Barca.
Moneda acuñada con la efigie de Aníbal Barca.

Lucio Cecilio Metelo, un tribuno militar, se dice que llegó a tal estado de desesperación en los días que siguieron a la batalla de Cannas que llegó a sugerir que todo estaba perdido para la causa romana, e hizo una llamada para que los otros tribunos navegasen con él para ofrecer sus servicios como mercenarios a algún príncipe extranjero.[6] Posteriormente fue obligado a hacer un juramento de lealtad a Roma hasta el fin de sus días. En cuanto a los supervivientes del desastre de Cannas, fueron reconstituidos en dos legiones y asignados a Sicilia durante el resto de la guerra, como castigo por su humillante deserción en el campo de batalla.[6]

El prestigio de Roma, además de su poder militar, se vio seriamente dañado. La aristocracia romana solía llevar un anillo de oro que atestiguaba su pertenencia a las clases altas,[6] y Aníbal, tras la batalla, hizo que sus hombres recogieran más de 200 anillos de los cuerpos del campo de batalla, enviando su colección a Cartago como muestra de su victoria. La colección fue puesta a los pies del Senado cartaginés, que juzgó que era de «tres medidas y media».

Aníbal, tras apuntarse una nueva gran victoria (tras la batalla del Trebia y la batalla del Lago Trasimeno), había derrotado en total a un equivalente a ocho ejércitos consulares.[18] En tan sólo tres temporadas de campaña, Roma había perdido a un quinto de la población total de ciudadanos mayores de diecisiete años (cerca del doce por ciento de su población activa).[3] Además, el efecto desmoralizador de su victoria fue tal que la mayor parte del sur de Italia se unió a la causa de Aníbal. Tras la batalla de Cannas, las provincias helenísticas del sur de Italia, entre las que se encontraban Arpi, Salapia, Herdonia, Uzentum y las ciudades de Capua y Tarento (dos de las mayores ciudades estado de Italia) revocaron su alianza con Roma y juraron lealtad a Aníbal. Polibio comenta:

Cuán seria fue la derrota de Cannas, que aquellos que la precedieron lo pudieron ver en el comportamiento de los aliados de Roma; antes del señalado día, su lealtad permaneció imperturbable, y ahora comenzaba a flaquear por la simple razón de que perdieron la esperanza en el poder de Roma.[2]

Durante ese mismo año, las ciudades griegas en Sicilia fueron incitadas a rebelarse contra el control político de Roma, mientras que el rey macedonio Filipo V declaró su lealtad a Aníbal, iniciando con ello la Primera Guerra Macedónica contra Roma. Aníbal también acordó una alianza con el rey Hierónimo de Siracusa, el único monarca independiente que quedaba en Sicilia.

Tras la batalla, Maharbal, el comandante de la caballería númida, urgió a Aníbal para aprovechar la oportunidad de marchar inmediatamente contra la ciudad de Roma. Se dice que cuando Aníbal rechazó esa vía de actuación Maharbal exclamó: «Verdaderamente, los Dioses no han querido dar todas las virtudes a la misma persona. Sabes sin duda, Aníbal, como vencer, pero no saber cómo hacer uso de tu victoria».[3] [19] Sin embargo, Aníbal tenía buenos motivos para juzgar de forma distinta la situación estratégica tras la batalla: Tal y como apunta el historiador Hans Delbrück, debido al gran número de víctimas mortales y heridos entre sus filas, el ejército púnico no estaba en condiciones de realizar un asalto frontal contra Roma. Una marcha contra la ciudad del Tíber habría sido una demostración inútil que habría acabado con el efecto psicológico que la batalla de Cannas había tenido entre los aliados romanos. Incluso si su ejército se encontrase en perfectas condiciones, un asedio de la ciudad de Roma habría obligado a Aníbal a subyugar una considerable zona de Italia para asegurar sus suministros y cortar los del enemigo. Además, a pesar de las tremendas pérdidas sufridas en Cannas y a la deserción de parte de sus aliados, Roma todavía tenía abundantes recursos como para enfrentarse a Aníbal si éste tomaba esa decisión, al igual que era capaz de mantener al mismo tiempo fuerzas militares de una magnitud considerable en Iberia, Sicilia, Sardinia y otras provincias a pesar de la presencia cartaginesa en Italia.[20] La conducta de Aníbal tras las batallas del Lago Trasimeno y de Cannas, así como el hecho de que atacase Roma por primera vez sólo cinco años después (en 211 adC) sugieren que su objetivo estratégico no era la destrucción de su enemigo, sino acabar con la moral romana mediante una serie de carnicerías en el campo de batalla, y forzarles a firmar un acuerdo de paz mediante la neutralización de sus aliados.[21] [22]

Por lo tanto, inmediatamente después de Cannas, Aníbal envió una delegación liderada por Carthalo para negociar un tratado de paz con el Senado. Sin embargo, y a pesar de las múltiples catástrofes que Roma había sufrido, el Senado romano se negó a parlamentar. Por el contrario, redoblaron sus esfuerzos militares mediante la movilización de toda la población masculina y el reclutamiento de nuevas legiones a partir de los ciudadanos sin propiedades e incluso esclavos. Tan duras fueron las medidas adoptadas que se prohibió pronunciar la palabra «paz», y el luto se limitó a tan sólo treinta días, estando las lágrimas en público permitidas únicamente a las mujeres.[23] [3] Los romanos, tras experimentar esta derrota catastrófica y perder otras batallas frente a Aníbal, habían aprendido la lección: Durante el resto de la guerra en Italia no volverían a enfrentarse a Aníbal en batallas campales, sino que volverían a retomar las Tácticas Fabianas que Quinto Fabio Máximo les había enseñado y que resultaron ser la única forma posible de hacer que Aníbal abandonase Italia.

A la larga, Roma tendría su venganza. Una flota romana transportó al ejército hasta el continente africano y, en la batalla de Zama, el general Publio Cornelio Escipión el Africano lograría derrotar a Aníbal, marcando el final de la Segunda Guerra Púnica.

Importancia histórica [editar]

Efectos en la doctrina militar romana [editar]

La batalla de Cannas tuvo una gran importancia en la historia de la estructura del ejército romano y en la organización táctica del ejército republicano. Durante la batalla, los romanos asumieron una formación clásica muy parecida a la de la falange griega, lo que facilitó su derrota en la trampa diseñada por Aníbal. Dada su incapacidad de maniobrar de forma independiente al grupo principal del ejército, los romanos no pudieron responder a la maniobra envolvente de la caballería cartaginesa. Además, las estrictas normas aplicadas por el Senado romano requerían que el alto mando del ejército alternase entre los dos cónsules electos, los cual restringía la consistencia estratégica del ejército combinado. En los años que siguieron a Cannas, se fueron introduciendo una serie de reformas para paliar estas deficiencias.

En primer lugar, los romanos articularon la falange, luego la dividieron en columnas, y finalmente la separaron en un gran número pequeños grupos tácticos que eran capaces tanto de cerrarse todos juntos en una unión compacta e impenetrable, como de cambiar el esquema con una gran flexibilidad, separándose y girándose en una u otra dirección. Por ejemplo, en la batalla de Ilipa o en la de Zama, los princeps formaron mucho más atrás de la línea de los hastati, en un despliegue que les permitiría un mayor grado de movilidad y maniobrabilidad. Todos estos cambios culminarían con la transición del tradicional sistema manipular al nuevo sistema de cohortes implementado por Cayo Mario en las denominadas reformas de Mario.

En segundo lugar, la batalla de Cannas sirvió como lección de que era necesario recuperar un mando unificado del ejército. Tras varios experimentos políticos, Publio Cornelio Escipión el Africano fue nombrado comandante en jefe de los ejércitos romanos en África, y se le aseguró el cargo por toda la duración de la guerra. Este nombramiento pudo haber violado las leyes constitucionales de la República pero, tal y como apuntó Hans Delbrück, «comenzó una transformación interna que incrementó su potencial militar enormemente» mientras que de alguna forma comenzaba el declive de las instituciones políticas republicanas.

Además, la batalla dejó expuestos los límites del ejército basado en una milicia de ciudadanos. Tras la debacle de Cannas, el ejército fue evolucionando gradualmente para terminar convirtiéndose en una fuerza profesional: el núcleo del ejército de Escipión que luchó en la batalla de Zama estaba compuesto por veteranos que se habían enfrentado a los cartagineses en Hispania durante casi dieciséis años, durante los cuales se había ido moldeando para crear una gran fuerza militar.

Importancia en la historia militar [editar]

La batalla de Cannas tiene gran importancia en la historia militar tanto por las tácticas implementadas por Aníbal como por su importancia en la historia militar de la antigua Roma. La batalla supuso la derrota más grave de la República de Roma hasta la batalla de Arausio y, en sí misma, adquirió una significativa reputación dentro del campo de la historia militar. Sobre el particular, el historiador Theodore Ayrault Dodge escribió lo siguiente:

Pocas batallas de la antigüedad están tan marcadas por la habilidad como la batalla de Cannas. La posición era tal que daba toda la ventaja al bando de Aníbal. La forma en la que la imperfecta infantería hispana y gala fue avanzada en una formación diagonal, mantuvo su posición y luego se fue retirando paso a paso, hasta que llegó a la posición inversa, es una simple obra maestra de las tácticas de batalla. El avance de la infantería africana en el momento adecuado, y su giro a izquierda y derecha sobre los flancos de los desordenados y hacinados legionarios está más allá de todo elogio. La batalla en sí misma, desde el punto de vista del bando cartaginés, es una obra de arte, no habiendo ningún ejemplo superior, y pocos iguales, en historia militar.

El historiador estadounidense Will Durant, por su parte, comentó que «fue un ejemplo supremo de mando, nunca mejorado en la historia (...) y marcó las líneas de las tácticas militares durante 2000 años».

El movimiento envolvente de Aníbal en la batalla de Cannas a menudo es visto como uno de los más grandes movimientos de batalla de la historia, y es citado como el uso con mayor éxito del movimiento de tenaza en la historia occidental que haya sido registrado con detalle.[24]

El «modelo de Cannas» [editar]

Además de ser una de las mayores derrotas infligidas a los ejércitos de Roma, la batalla de Cannas representa el arquetipo de batalla de aniquilación, estrategia que raramente se ha implementado con éxito en la historia moderna. Dwight D. Eisenhower, Comandante Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en la Segunda Guerra Mundial, escribió en una ocasión que «Todo comandante busca la batalla de aniquilación; hasta dónde las condiciones lo permiten, intenta duplicar en la guerra moderna el clásico ejemplo de Cannas». La victoria total de Aníbal convirtió al nombre de Cannas en un sinónimo de éxito militar, y se estudia al detalle en la actualidad en varias academias militares de todo el mundo.

La noción de que un ejército entero pudiera ser rodeado y aniquilado de un sólo golpe atrajo la fascinación de los generales occidentales durante siglos, que intentaban emular el paradigma táctico del movimiento envolvente para recrear su propio «Cannas».[12] Por ejemplo, Norman Schwarzkopf, comandante de las Fuerzas de la Coalición en la Guerra del Golfo, estudió la batalla de Cannas y aplicó los principios utilizados por Aníbal en su exitosa campaña de tierra contra las fuerzas iraquíes.[6]

Cuando los miembros del Estado Mayor alemán, antes de la Primera Guerra Mundial, examinaban a los aspirantes a pertenecer a esta élite y les ponían para resolver un problema de táctica, cuando veían cómo lo resolvía el alumno, exclamaban invariablemente defraudados: «¡Otra vez Cannas!».

El estudio que Hans Delbrück hizo de la batalla tuvo una profunda influencia en los teóricos alemanes y, en particular, de Alfred Graf von Schlieffen, militar y mariscal alemán, quien desarrolló el denominado Plan Schlieffen, que estaba inspirado en la maniobra militar de Aníbal. A través de sus escritos, Schlieffen escribió que el «modelo de Cannas» seguiría siendo aplicable a la guerra de maniobras a lo largo del siglo XX:

Una batalla de aniquilación puede llevarse a cabo hoy en día de acuerdo al mismo plan desarrollado por Aníbal en tiempos ya olvidados. El frente enemigo no es el objetivo del ataque principal. La masa principal de las tropas y de las reservas no deberían concentrarse contra el frente enemigo; lo esencial es que los flancos sean aplastados. Las alas no deben buscar los puntos más avanzados del frente, sino que en su lugar deben abarcar toda la profundidad y extensión de la formación enemiga. La aniquilación se completa a través de un ataque contra la retaguardia enemiga (...) Conseguir una victoria decisiva y aniquiladora requiere un ataque contra el frente y contra uno o los dos flancos (...).